Con su patinete BCS Racing Evo, Fernando Zendrera logró recorrer los 320 kilómetros que separa Zaragoza de Barcelona, superando unos 2.200 metros de desnivel.
He quedado con Miguel Bernabé a las 10:30 en la plaza del Pilar de Zaragoza, pero a las 10 todavía estoy en el hotel pidiendo a la recepcionista que me haga una foto de la partida. Ella no se acaba de creer que con este cacharro sea capaz de llegar a Barcelona, pero me promete seguir el trayecto a través de la web http://www.thefootbiker.com/, a la que enviaré mi señal de GPS durante todo el viaje. Cuando llego al Pilar, Miguel me está esperando con su bici. Él ha venido esta mañana en tren desde Nonaspe y me acompañará los primeros kilómetros. Me reconoce de lejos por mi montura, ya que solo nos conocemos a través del foro de ciclismo de APM, pero cuando le expliqué mi intención de hacer este viaje, se apuntó para hacer el reportaje de la salida.
Un termómetro en Zaragoza marcaba 28 grados al salir y la temperatura sube sin parar. En Alfajarín, llevamos 20 kilómetros y repostamos agua en una fuente por primera vez, pues hay que ir con cuidado de que no falte en un día como hoy.
Poco después Miguel se despide de mí, pues le quedan más de 120 kilómetros hasta Nonaspe y no quiere llegar muy tarde a casa. Gracias por todo tu apoyo, Miguel.
Desde este punto tengo que subir 200 metros de desnivel hasta llegar a la meseta de Los Monegros. A partir de aquí el paisaje va dejando de ser verde y se va convirtiendo en un terreno cada vez más árido. Paso un par de gasolineras más y no paro, pues todavía tengo agua y espero a la tercera, pero esta ya no aparecerá. Ya no hay más pueblos, ni bares, ni gasolineras. La reserva de agua disminuye rápidamente mientras se va transformando en un caldo humeante. Esto no es problema, pues sigue siendo agua al fin y al cabo. Lo grave es que en la subida con el patinete no supero los 10Km/h y no sé cuándo podré volver a repostar. No debo ponerme nervioso… Calma, calma. Es en estos momentos cuando más fría debo tener la cabeza.
Una vez mentalizado compruebo que me queda poco menos de medio litro que tendré que racionar. Tengo hambre y me faltan fuerzas, pero no quiero comer sin agua. Creo que aun me entraría más sed. De todos modos, esto no deja de ser una apuesta por mi autonomía, pues si realmente me hiciera falta, pasan coches y camiones continuamente a mi lado y podría parar a alguno, aunque esta opción restaría muchos puntos a mi propio ego.
Pasados unos kilómetros me parece ver un cartel de Cepsa en el horizonte. ¿Será un espejismo? No, no lo es, pero me da la sensación que nunca llegaré a alcanzarlo de tan lento que se acerca. Llego tan hecho polvo que me cuesta sacarme la mochila y entro despacio al interior. Hace tanto frío dentro del local que prefiero salir de nuevo afuera a beber la botella grande de agua que me he comprado. En este momento me encanta el olor a gasolina.
La fuerza vuelve a mí poco a poco, ayudada por la carretera, que tiene tendencia a bajar hasta Peñalba.
El sol empieza a bajar, y de repente noto algo en las piernas. Miro lo que me molesta y veo varios saltamontes enganchados en los zapatos y otros que van saltando chocando con mis piernas. La cuneta está llena de saltamontes de color marrón y cada vez hay más. Es bastante asqueroso ver como la plataforma del patinete se queda pegajosa cada vez que cambio de pierna de empuje, pero no puedo hacer nada por evitarlo. Esta plaga dura 5 kilómetros y no había visto nunca nada parecido en los muchos años que llevo rodando en bici por las carreteras. Si por lo menos hoy también fuera en bici, no debería ir pisándolos con el pie cada vez que doy la patada sobre estos bichos saltarines que no sé exactamente lo que son.
Estoy a 110 kilómetros de Zaragoza, ha terminado la pesadilla de los saltamontes y el día se va apagando. Con los últimos rayos de sol termino las largas rectas que hay en ligera subida antes de bajar de golpe al valle del río Cinca. Varios carteles anuncian peligro por una bajada de 5 kilómetros al 8% y paro a equiparme para la noche que se acerca. Me pongo el chaleco reflectante y las luces frontales en el casco.
Me pongo en posición de bajada y dejo rodar al BCS sin tocar los frenos. Este patinete es muy estable y después de tantas horas dando patadas es un gusto ver como sube la velocidad. Veo el cuentakilómetros marcando 25, 46, 59… agacho mi cuerpo sobre el manillar para llegar a 60 y… 62,9 Km/h es la máxima velocidad que alcanzo en este viaje. Freno un poco antes de un túnel y al salir aparece el cartel de Fraga.
Entro a Fraga, las 21:43 y paro en una gasolinera en medio de la ciudad, donde sin querer soy protagonista, pues un amigo del encargado de la gasolinera le está explicando que ha adelantado a un patinete con su coche en la bajada. Cuando me ve aparcando el patinete, se acerca a preguntar donde llevo el motor. El hombre está convencido que yo tengo un motor eléctrico en mi patinete y no se acaban de creer mi viaje, pero a estas alturas ya no me importa nada de lo que crean o no.
La subida después de Fraga tiene 2 kilómetros que al principio debe tener más del 9%, pues no consigo pasar de 6 Km/h. Voy lo más próximo que puedo al borde derecho de la carretera sin caer en la zanja lateral que hay en este tramo y cuando llego al túnel final del puerto me da un subidón de energía positiva. Son las 22:30 y tengo muchos kilómetros de llano por delante. Casi no hay tráfico y he pasado lo peor del viaje. Ahora, una vez superada la subida después de Fraga, todo lo demás me parece fácil.
“A rodar, Fernando que estás haciendo algo grande”. Voy a 16 Km/h de media y los kilómetros pasan rápido. Como siempre en los viajes de larga distancia, ya sea en bici o en patinete, la cabeza tiene tanta o más importancia que las piernas. Si superas los momentos flacos, llegarás a la meta. No es sencillo conseguirlo, pero es la clave del éxito. Debes mentalizarte de que la fase negativa ha de ser pasajera y estar convencido de que luego pasará. Si tienes por delante una recta de 6 kilómetros, no busques el final, mira un poco más cerca. Cuando hayas pasado el primer kilómetro, solo te quedarán 5.
Poco después veo un cartel que indica la entrada en Catalunya.
A la 1 de la madrugada llego a Lleida. Ahora sí que estoy en el ecuador del viaje. Circulo por la autovía L-11 durante 10 kilómetros para salir de Lleida hasta el pueblo de Bell-Lloc y no dejo de dar patadas ni un momento. No es agradable ir por una autovía con poco arcén a estas horas.
Al dejar la autovía, busco un lugar donde estar tranquilo un rato. Me está entrando un sueño que no puedo controlar. Necesito comer, reponerme, descansar, y además estoy temblando de frío. Parece imposible que haya pasado tanto calor hace unas horas y ahora esté deseando abrigo. Son las 2:15 y paro en un camino que sale de la carretera hacia un campo cultivado. El problema es que no me da seguridad para dormir, pues está demasiado cerca de la carretera, y si me duermo aquí tendré demasiado cerca los coches que pasan. No sé si son neuras mías, pero voy a continuar un rato más antes de dormir. Me pongo los guantes largos, el maillot de manga larga y ojalá que hubiera traído en la mochila un culote largo, pues el termómetro marca 13 grados.
Poco después de dejar Mollerussa encuentro mi nido. Son las 3:40 y un desvío hacia una casa por un camino asfaltado me lleva hasta una cadena que corta el paso. Ya no puedo esperar más. Me saco el casco, pongo el despertador del móvil a las 4:50 y me estiro sobre el asfalto. ¡Qué gusto! Veo estrellas antes de cerrar los ojos. Tengo la mochila por almohada y solo me molesta la gravilla clavándose en la cadera que soluciono poniendo una camiseta como colchón que saco de la mochila con mucho esfuerzo.
Vuelvo a la consciencia cuando noto frío por detrás y me doy cuenta que el maillot no me cubre toda la espalda. No sé si he dormido o no, pero me tapo y busco el reloj del móvil que está dentro del casco a mi lado. Son las 4:39. Tengo pereza, no me apetece levantarme y me quedo unos minutos mirando las estrellas, pero he de aceptar que se acabó la noche para mí.
¡Buenos días, Fernando!, hay que continuar el camino. Recojo el campamento, desayuno un bocadillo de jamón y hago una foto de mi hotel.
Comienzo a patinar a las 5 con mucho frío en el cuerpo, pero a los pocos kilómetros tengo que parar a sacarme el impermeable y los guantes. La temperatura es de 17 grados y empiezo a entrar en calor.
A las 6 de la mañana entro en Tárrega. Ya está a punto de salir el sol y cruzo la ciudad sin encontrar a nadie por la calle. Relleno el bidón en una fuente y empiezo a subir la Panadella, el puerto más alto del viaje.
Sigo acumulando retraso. No llegaré antes de las 5 de la tarde al Bike show en el Fórum de Barcelona, donde tengo prevista mi meta, pero sigo con fuerza. Estoy a punto de coronar el Port de la Panadella cuando suena el móvil. Es mi sobrino Luis, que está de camino a Madrid en coche y quiere verme para invitarme a un bocadillo. Cuando llego a Jorba me están esperando Luis y Cristina con un bocadillo de tortilla y una Coca-Cola en una terraza a la sombra que me sabe a gloria. Son las 11 de la mañana cuando me despido de ellos. Me quedan 70 kilómetros para acabar el viaje y el calor vuelve a apretar. Pasado Igualada me voy a buscar la carretera C-15, que es la más corta y me evita subir el Bruc, pero cuando entro veo un cartel de prohibido a ciclistas, por lo que debo dar media vuelta y hacer 5 Kilómetros de más para ir a Capellades por la carretera antigua, que tiene una subida de 2 kilómetros antes de llegar al pueblo. Estoy en el momento más flojo de todo el viaje y en Capellades me siento a la sombra en una parada de autobús a descansar un rato. Saco fuerza de no sé donde, pero no puedo perder más tiempo. Me están esperando en el Bike Show los del programa Bike Attack de TV3 para entrevistarme y tengo que llegar antes del cierre de la feria.
Paso por Martorell a las 15:30 y me encuentro viento de cara, pero a partir de aquí ya se han acabado las subidas. Vuelvo a rodar con fuerza, pero ya no es lo mismo que cuando ayer salí de Zaragoza. Entonces iba en llano a 18 Km/h y ahora llego a 14 con dificultad. En Sant Feliu de Llobregat entro en la zona urbana, aunque aun estoy a 20 kilómetros. Ahora empiezan los semáforos y cruzo Sant Joan Despí, Cornellá y Hospitalet, llegando por fin a las 18:45 al Fórum, donde recibo una ovación del público.
Mi sueño de patinar más de 300 Km sin escalas se ha hecho realidad y ya me he planteado el siguiente reto en patinete: 500 Km desde San Sebastián a Barcelona non stop.
Fernando Zendrera