Víctor Sagi, navegante a vela por vocación que cultiva desde hace muchos años, ha cosechado importantes éxitos deportivos en competiciones tan relevantes y prestigiosas como el Campeonato de Cataluña, la Copa de España y el Campeonato Internacional del Mediterráneo. Además ha participado en tres Admiral’s Cup, en tres Serdinia’s y en la Ostar 80. Víctor Sagi ofrece a nuestros lectores una página del cuaderno de bitácora, de la travesía en solitario Ostar 80, entre Plymouth, en Inglaterra, y Newport, en estados Unidos, distancia que cubrió en veinticinco días, entre el 4 y el 29 de junio de 1980.

recull OSTAR 80 i varis nautica 011

… el viento adverso me impedía avanzar con soltura. Y así me mantuve el resto de la tarde.

Cuando llegó la hora de cenar no tenía hambre y, a pesar de haber comido sólo pan tostado y un tazón de leche en todo el día, no pude comer nada más.

Había sido un día agotador, y también de mala suerte. El viento, de 60 nudos, constante todo el día, había roto el Génova y ahora tenía que coserlo. Antes de ponerme a ello hice las anotaciones parciales tomadas del indicador de la corredera y comprobé que había recorrido tan sólo 85 millas. Era lógico, con el viento en contra todo el día y el mar haciendo saltar constantemente el barco. Las olas habían estado frenando la velocidad del barco a cada embate, y el velocímetro registraba fielmente esos cambios: pasaba de siete a dos nudos cada vez que una ola se estrellaba contra el casco. Yo mismo podía notar a cada momento que, cuando el Garuda chocaba contra una ola, quedaba frenado un instante, conseguía remontarla y, al terminar de rebasarla, volvía a caer de nuevo con gran estrépito sobre el agua, hundiéndose profundamente la proa hasta emerger nuevamente.

Intenté comunicar por radio.

En esas condiciones de navegación las manecillas del reloj de bitácora avanzaron hasta alcanzar el nuevo día.

Día 15 de Junio, 9º de regata.

Aproximadamente a las 03.00 de la madrugada, aún de noche oscura, pero ya primeras horas del nuevo día, mientras estaba cosiendo el Génova desgarrado, e hice un profundo corte en un dedo de la mano.

Todo lo que ese día anoté en el cuaderno de bitácora estuvo determinado por mi estado de ánimo en aquellos momentos decisivos de la travesía, pero también por el mal humor que me producía ese accidente importante, que añadía una complicación más a la dura travesía.

En el cuaderno de bitácora escribí: “He pasado una noche extenuante y llena de dificultades, intentando gobernar el barco en medio de un temporal de fuerza 11 que dura desde la madrugada del día anterior. Todo a mi alrededor está a punto de estallar y el Garuda vibre en medio de la noche como si fuera a desintegrase en mil pedazos. Al estar tan al norte gravito en el mismísimo epicentro de la tempestad. Más al sur, sin duda, éste no hubiese revestido la misma violencia”.

“La noche además ha sido dura. Cosiendo el Génova IV me he producido un profundo corte en el dedo meñique de la mano izquierda. Recortando con un cuchillo los hilos deshilachados, en un descuido, al cabecear violentamente el barco”.

Observo con atención mi dedo accidentado y el corte ha sido tan profundo que veo el hueso perfectamente. La sangre brota de manera escandalosa y resbala hasta el Génova que tengo en la mano.

Mi primera preocupación es frenar la hemorragia lo antes posible. Con cuidado limpio la sangre que está manando y tapono el corte con mucho algodón, que sujeto con esparadrapo.

Cuando compruebo que he logrado mi propósito, continúo cosiendo la vela. Aprovecho para terminar de coser el Génova ahora que el dedo aún está caliente; sé que cuando se enfríe me dolerá y ya no podré hacerlo.

Cuando la vela vuelve a estar lista para ser izada tan pronto el viento la haga necesaria, vuelvo a ocuparme de mi dedo. Como yo preveía, a medida que se está enfriando, va doliéndome más. Insisto con la radio, no me oye nadie.

A las 06.30 el viento disminuye de repente y en pocos minutos me quedo prácticamente encalmado. El día despunta y empieza a llover suavemente.

No puedo fiarme de esa calma aparente, tan en contraste con el temporal que ha durado más de 24 horas. Decido esperar una hora antes de amarinar el barco a las nuevas circunstancias.

A las 07.45 después de haber sonado varias veces el zumbido de alarma señalándome cambios de viento, parece que éste se ha estabilizado, viento del Este, de ceñida, como siempre.

El Garuda está ahora navegando con el Génova II y un rizo en la mayor, que es lo apropiado con tal viento, pero el tormentín arriado no he querido llevarlo al cuarto de las velas por si vuelvo a necesitarlo y lo he amarrado en la cubierta. Yo todavía no estoy convencido de que el temporal se haya alejado definitivamente.

Creo que tengo un poco de fiebre. ¿Debido a la herida?

A las 09.30 tampoco he conseguido hablar por radio, pese a ser la enésima vez que lo he intentado. Ayer ya no conseguí hablar en todo el día, y la contrariedad, hoy, me ha enfurecido doblemente. En un arranque de rabia he estado a punto de tirar el Icom por la borda y aunque he resistido la tentación y me he tranquilizad, esa posibilidad no ha sido descartada definitivamente.

Víctor Sagi