Alicia Galy, Silvia Fernández, Mónica Rodríguez y Sònia López, cuatro madres dispuestas a recorrer 100 kilómetros para demostrarles a sus 8 hijos que… ¡querer es poder!

Las mejores cosas en la vida aparecen sin buscarlas, de manera casual se cruzan en tu camino para hacerlo mucho más emocionante, para enseñarte un sinfín de aprendizajes, para hacerte crecer. Un reto solidario, Trailwalker Oxfam Intermon apareció en nuestra ruta y cuatro mamás valientes decidimos embarcarnos en él. Ocho meses por delante para preparar 100 kilómetros solidarios. Una jugadora de pádel, dos mamás sedentarias y una maratoniana dispuestas a demostrar a nuestros ocho hijos que querer es poder, que quien no arriesga no gana, que sólo los valientes consiguen lo que quieren, que en la vida se pierde más por miedo que por intentarlo. Cuatro mujeres con poco que perder y mucho por ganar.

32 semanas por delante para conseguir la aportación económica necesaria para poder inscribirnos en la carrera y aportar así nuestro pequeño grano de arena con la ONG Trailwalker Oxfam Intermon. 225 días para entrenar de forma responsable, para conciliar nuestra vida familiar y profesional con nuestro sueño. Meses llenos de dudas e incertidumbre, de momentos mágicos, de lecciones de vida. De molestias físicas, de bajones emocionales, de instantes de abatimiento. De darse cuenta cómo nuestro cuerpo se adaptaba al sacrificio, cómo cada paso nos provocaba una sonrisa. De trabajar duro para perder el miedo a la distancia, de aprender a confiar en nuestra ilusión, de conseguir sacar la mejor versión de cada una de nosotras.

Meses de sentirte querida por gente que es capaz de tocarte el alma con pequeños gestos, que te da la mano sin pedir nada a cambio para ayudarte a saltar las piedras del camino. Gente que contagia magia y coraje, que te hace sentir grande, que cree en tu sana locura, que te regala sonrisas en los momentos de decaimiento. Una mujer estupenda que crea pulseras para nuestro reto, ocho empresas que de forma desinteresada deciden patrocinar nuestro proyecto, aportaciones de desconocidos y amigos del 2.0. El Club de las Malasmadres que da voz a nuestro sueño, un grupo de rockeros que organiza un concierto a nuestro beneficio, un experto en marketing que nos ofrece su sabiduría, un entrenador personal que nos marca cada paso.

Días para aprender a confiar en las ganas de conseguirlo, para descubrir la fuerza que albergamos en nuestro interior, para desear que ocurran las cosas, para crear las sinergias necesarias. Momentos para aliarnos con aquellos que creían en nuestro proyecto sin peros ni porqués y para silenciar a aquellos que dudaban de nuestras capacidades, aquellos que no se atreven a soñar grande.

Un reto solidario que nos instruye a aceptar la fragilidad, la vulnerabilidad, el miedo a no estar a la altura. Un proyecto que nos exige asociarnos con nuestras imperfecciones, a romper todos los límites que nosotras mismas nos habíamos creado, a comprometernos a fuego. A no titubear cuando nuestro cuerpo se quejaba y a creer en el talento aprendido, aquel que sólo se consigue con constancia y trabajo.

Largos meses donde hemos aprendido a confiar en el trabajo en equipo, a respetar ritmos y deseos, a no dejarnos acomplejar por los que se reían de nuestras posibilidades. A remar a contracorriente cuando algo se empezaba a torcer, a trabajar a ocho manos, a volver a empezar las veces que ha hecho falta. A ser conscientes que cada pequeño paso nos acercaba a nuestro objetivo, a saber que las dificultades nos fortalecían, que cada pequeño logro nos engranaba el alma.

La semana previa al Trailwalker Oxfam Intermon estuvo llena de incertidumbre, de emociones a raudales, de perfilar preparativos, de valorar lo conseguido, de hilo de voz cada vez que intentábamos expresar lo vivido, de “mamá: cuando no puedas más, piensa que los ochos os estaremos esperando en meta”.

Pistoletazo de salida y 32 horas para completar nuestro camino, serotonina y dopamina a niveles estratosféricos. Kilómetros recorridos entre risas y silencios, entre ánimos y desalientos, confidencias y deseos. 100 kilómetros para tocar con las puntas de los dedos el cielo pero también el infierno. Millas para disfrutar del regalo de conocer a gente anónima que compartían nuestra quimera, para descubrir los motivos para compartir el sendero, para que nos narrasen sus ganas de superación.

Horas de ir superando cada avituallamiento entre el dolor y la ilusión de conseguirlo, de utilizar como mejor medicina el deseo de cruzar la meta junto a nuestros hijos. De calor extremo, de superar vómitos, curar llagas y luchar contra el sueño. De superar la noche que tanto nos castigaba, de sobreponerse a las molestias que casi ya no tolerábamos. Horas de sentirte especial con los cuidados de nuestro equipo de apoyo, por recibir cientos de mensajes de aliento, por sentir que nuestros pasos iban a contribuir a mejorar vidas, que nuestro trabajo mejoraba nuestro entorno.

Recorrer el último kilómetro de la Trailwalker Oxfam Intermon, conteniendo el llanto, andando bien juntas saboreando lo conseguido. Últimos instantes para sonreír a todos aquellos que nos veían llegar a nuestro destino, para aplaudir a aquellos que valoraban nuestro esfuerzo, para abrazar con todas nuestras fuerzas a nuestros pequeños, para mirar con complicidad a nuestros maridos, para agradecer que nos acompañasen nuestros amigos.

Instantes para cruzar la meta de la Trailwalker Oxfam Intermon, dando las gracias por todo lo recibido, para mirar al cielo al ver que lo habíamos conseguido y acordarnos de aquellos que ya no están pero desde algún lugar nos habían echado una mano.

Sin duda, las mejores 25 horas de nuestras vidas para no olvidar nunca que creer en uno mismo cada día resulta la mejor estrategia que nos podemos plantear. Para darnos cuenta de lo importante que es trabajar en nuestros sueños, de conseguir ser lo que uno quiere realmente ser, de buscar retos que te hagan emocionar, sentirte especial, que te hagan moverte con el corazón.

De ser consciente de la importancia de creer que, aunque parezcan insignificantes, los pequeños gestos pueden ayudar a mover montañas, que cada guiño puede significar un comienzo, que cada logro empieza con la decisión de intentarlo.

Un reto, la Trailwalker Oxfam Intermon, que nos ha ayudado a replanificar la ruta de nuestras vidas, a definir objetivos, nos ha enseñado a trabajar sin bajar los brazos, a perseverar y resistir. Nos ha permitido contagiar a nuestros ocho hijos la energía y la voluntad de querer hacerlo, de creer que serán capaces de conseguir todo aquello que se propongan creyendo que el ejemplo es el lenguaje más poderoso. Les hemos enseñado la importancia de aprender a borrar la queja de sus labios, a atreverse a ser osados, a soñar grande, a dominar la situación cuando las cosas se tuercen, a controlar la impulsividad.

100 kilómetros solidarios llenos de obstáculos, duras y errores pero sobre todo llenos de vida, ilusión y solidaridad.

Sònia López