Alba y Ricard, dos apasionados de los viajes y el deporte, han recorrido muchos países con sus bicicletas. En los últimos tres años, dentro de su proyecto Bike2reality, han sumado 55.000 kilómetros alrededor del mundo: pasando por el continente americano y pedaleando des de casa hasta Asia, pasando por Oceanía. Muchas son las experiencias que llevan en sus alforjas y las gentes que han pasado a formar parte de su vida y sus recuerdos.
Nuestro viaje alrededor del mundo de tres años nos condujo por tierras chinas, entrando por Kazakstán y saliendo por la frontera con Laos. De norte a sur, siempre por el lado oeste de China, cruzamos este país que no nos dejó de sorprender ningún día.
Vivimos la China con pasión y contradicción. Nos enamoramos de la comida, de los paisajes bucólicos y dramáticos, de las minorías étnicas… Sin embargo, luchamos más de una vez contra una burocracia excepcional que aún no hemos logrado entender, contra la falta de cooperación que vivimos en más de una ocasión.
Nos sentimos frustrados cuando el lenguaje corporal no era suficiente. Sin embargo, en pocos sitios uno se siente tan seguro; los conductores son respetuosos y los ladrones son casi inexistentes. Disfrutamos como niños en un país con una riqueza natural única y una cultura milenaria. Aun así, vimos cómo lo están destruyendo a pasos agigantados. Para nosotros, es sin duda el país de la contradicción. Un país donde pasamos dos meses, 3.600 kilómetros, buena parte de ellos bajo un velo gris de nubes y lluvia.
Como las historias en China son muchas, ahí va un pequeño relato de nuestro paso por la Reserva Natural de Yading, desde Litang hasta Shangri-La:
“Después de Litang, encaramos el paso más alto desde que salimos de casa, el paso Rabbit, a 4.696 metros. Con alguna pendiente dura, algún chubasco excepcional y muchas ganas, coronamos este paso. Nos encontramos en un paisaje lunar con grandes bloques de granito. Es un lugar muy especial. El agua del río se cuela entre guijarros gigantescos. El fuerte ruido del agua nos hace incluso levantar la voz para hablar. Hay muy pocos coches y nos gusta este rincón.
Nuestra próxima parada es la Reserva Natural de Yading, una pequeña perla aún escondida para los occidentales. Pasamos por Daocheng, donde aprovechamos para hacer nuestras compras, como siempre, básicamente comida. Después, todavía hay que superar otro collado a 4.513 metros, el paso Bowa. Las pendientes son suaves y las disfrutamos. Una vez en la entrada de la reserva, nos prohíben pedalear hasta el pueblo de Yading. Si queremos ir, tenemos que coger un bus. Debe de ser más ecológico aquí ir en bus que en bici… ¡Qué remedio! Dejamos las bicis en el despacho de la coordinadora de la reserva y hacia Yading.
Como se suele decir, “no hay mal que por bien no venga” y al llegar a Yading, las nubes descubren las montañas y nos tienen en vela las próximas horas. Desde el mismo hostal donde decidimos pasar la noche, fotografiamos, observamos, grabamos las últimas luces sobre el Chenrezig (6.032 metros) y el Chanadorje (5.958 metros), que son consideradas montañas sagradas en el budismo tibetano. Este es el mejor regalo que nos hace esta reserva. Estamos embelesados, encantados, fascinados. No todos los días se ven montañas de 6.000 metros.
Al día siguiente, caminamos unos 25 kilómetros por el parque. En el mismo macizo de Daocheng, vemos el Jambeyang (5.958 metros), el que nos faltaba, aunque solo parcialmente; su pico despunta con fuerza, pero la masa de nubes y niebla va cubriéndolo poco a poco. Subimos hasta dos lagos para coger mejores panorámicas, nos acercamos caminando hasta el Milk Lake y el Five Colour Lake, lagos glaciares que no invitan de ninguna de las maneras a bañarse. Más bien, a sentarse y observarlos.
El tercer día volvemos a tener mal tiempo y desistimos de entrar de nuevo a la reserva. Tomamos de nuevo el bus hasta Riwa, donde tenemos las bicis, y empezamos a pedalear. La tarde es apacible, sin lluvia, con un cielo azul. Seguimos una pequeña carretera que nos llevará a Shangri-La. Es preciosa, otro collado nos regala todavía más vistas espectaculares sobre el Chenrezig. El valle por el que bajamos es estrecho y salvaje. Estamos en un valle bien cerrado, muy verde, con mucha vegetación. La gente de las casas nos mira con curiosidad y nos saluda levantándonos la mano.
Unos kilómetros más en asfalto, desde el pueblo de Geka, en el fondo del valle, nos encaran hacia una pista que nos tiene que llevar a coronar el siguiente paso a 4.615 metros. Las expectativas son altas, porque aún no sabemos dónde nos hemos metido. Es una odisea, con todas las letras. Hay obras y es todo un barrizal. Vamos a salir con paciencia, pensamos. Poco a poco, vamos ganando altura pero un gran desprendimiento nos quita todas las ilusiones de poder continuar. Un jefe de obra nos hace entender que al cabo de 6 horas la habrán limpiado. Esperamos haber entendido bien:
¡6 horas y no 6 días! Nos invita a comer, cenar y dormir en el campamento. Su mujer y otra chica nos cuidan tan bien como pueden; no podemos pedir más en un lugar como aquél.
En Sportvicious encontrarás reportajes como estos, no dudes en visitar nuestra página web.
No tenemos otra opción que esperar. Durante las horas en el campamento obrero, uno y otro van pasando a saludar o simplemente a ver qué cara tienen estos extranjeros en bicicleta que han llegado hasta aquí. Algunos nos miran como héroes; otros, como tarados. Tienen una curiosidad que no les deja vivir. Sin embargo, podemos descansar y esperar que las máquinas excavadoras hagan su trabajo.
Por la mañana, nos vuelven a alimentar con un desayuno de fideos bien picantes, les agradecemos su hospitalidad y les decimos adiós. La carretera está abierta, pero al cabo de dos kilómetros ha vuelto a desaparecer. Es literalmente una montaña de tierra sobre más tierra y nada más. Toca subir por un margen. Debemos desmontar alforjas, subir arriba y bajar y arrastrar las bicis. Nos encontramos un chino bien vestido que dice que va a Shangri-La con una maleta de ruedas que pesa una tonelada. ¡Los hay que están peor que nosotros!
Más barro, más chubascos y tormentas, más empujar la bici, más pendientes de infarto… Notamos que las fuerzas empiezan a flaquear, pero al cabo de unos 1.900 metros de desnivel positivo llegamos al cuello.
La bajada hasta Chongguo es realmente espectacular, remota, con montañas de colores que salen por todos los lados. Desgraciadamente, una lluvia intensa que no da tregua nos hace bajar metros a toda velocidad. Vamos embarrados, mojados, sucios y empieza a ser tarde. Llegamos a Chongguo al atardecer con las últimas luces del día.
Este paso lo recordaremos con mucho amor, lo pondremos enmarcado junto al Abra de Acay en Argentina o el Paso Tossor en Kirguistán. Uno de esos que te hace sacar la fuerza física y mental y la valentía de donde crees que no la tienes. De aquellos días que sabes que la experiencia te ha ayudado y el hecho de ser dos, también. Días que sueñas en llegar a un lugar caliente, con un techo. Días que te hacen más fuerte.
La jornada hasta Shangri-La nos regala una carretera asfaltada impecable y unas horas sin lluvia, justo lo que necesitábamos, un día fácil. Una vez en Shangri-La, primer objetivo: lavar las bicis y la ropa. Segundo objetivo: ¡descansar!”
Alba y Ricard
Fotografías de Ricard Calmet