UN PASEO POR LAS “NIEVES” DEL MONTE KILIMANJARO…
A pesar de mi gran pasión por la montaña, de mis constantes ganas de superarme, de poner mi cuerpo y mente a prueba y de mi incansable reloj biológico recordándome que un día más es un día menos, el reto de alcanzar la cima del Kilimanjaro no se encontraba en mi larga lista de sueños por cumplir.
Sin embargo, la mayoría de veces la vida decide por ti, quizás porque sabe mejor que tú lo que necesitas en ese momento.
Y, sin darte opción, te lleva por donde ella quiere y, cómo no, te coloca en tu sitio.
Sin saber muy bien por qué, cuándo, cómo y dónde, me encontré decidida e ilusionada por ir a Tanzania.
E intentar dar un paseo por las casi inexistentes “nieves” que aún permanecen sobre el techo de África.
Con sentido común, me preparé física y mentalmente para tener casi todas las posibilidades de éxito a la hora de conseguir el objetivo.
Como buena profesora, dediqué una parte de mi tiempo en conocer un poquito aquella montaña.
Que, sin darme casi cuenta, ya se había convertido en el motivo de mis noches en blanco.
Y como el saber no ocupa lugar, no necesité dejar espacio en mi petate para todo lo que aprendí.
Pero enriqueció, en muchos sentidos, la experiencia que más tarde viviría y que ahora voy a compartir con vosotros.
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MONTE KILIMANJARO
El monte Kilimanjaro es un volcán de triple cumbre.
Se encuentra en el noreste de la República de Tanzania, a escasos km de la frontera con Kenia y a unos 300 km al sur del ecuador.
Sus 5.895 metros de altitud la convierten en la cumbre más alta de todo el continente africano.
Formando así parte del grupo conocido como las siete cumbres.
El monte Kilimanjaro tiene tres cimas que son cráteres de origen volcánico.
Kibo (5.895 m) es un cráter de unos 2 km de anchura en cuyo interior se encuentra Reusch.
Un segundo cráter de aproximadamente 1,3 km de diámetro.
Al borde del cráter externo se encuentra el punto más alto, llamado Uhuru Peak.
Mawenzi (5.149 m) está unos 11 kilómetros aproximadamente al este de Kibo y su punto más alto se conoce como Hans Meyer Point.
Shira (3.962 m) es el más antiguo y, por lo tanto, el más desgastado. Es una meseta relativamente plana cubierta, en su parte norte y este, de sedimentos del Kibo que llegan a través del aire.
Shira comenzó a hacer erupción hace unos 2,5 millones de años y la actividad principal tuvo lugar hace unos 1,9 millones de años.
Después de ese tiempo, la actividad volcánica se trasladó hacia Mawenzi y Kibo.
Un dato interesante es que tanto Mawenzi como Shira están extintos, pero Kibo está inactivo.
De hecho, si se camina hasta el Pozo de Cenizas, se pueden oler los gases sulfurosos que se emiten en las profundidades de la corteza terrestre.
Su gran tamaño y ubicación, así como el clima, favorecen la existencia de diversos ecosistemas de forma única.
En el monte Kilimanjaro conviven glaciares, desiertos, paisajes alpinos, sabana y selva tropical.
Y eso hace que caminar desde la base de la montaña hasta la cima sea comparado como caminar desde el ecuador hasta el Polo Norte, si hablamos en términos de zonas climáticas.
Si tienes la suerte de caminar por sus laderas, no solo te pondrán a prueba los 4.600 m de desnivel que hay desde la base hasta la cumbre.
Sino que tendrás la oportunidad de atravesar cinco zonas principales climáticas con su flora y fauna bien diferenciadas.
Entre los 800 m y 2.000 m de altitud, en el paseo disfrutarás de la belleza de la zona de cultivo.
Un poco más adelante, el bosque lluvioso montano que encontrarás entre los 2.000 m y los 3.000 m te calará hasta los huesos.
Sin embargo, todo lo malo también se acaba y pronto llegarás a la zona de los brezales y páramos alpinos bajos que se encuentra entre los 3.000 m y 4.000 m.
Pero es en las dos últimas zonas donde pones tu cuerpo al límite sometiéndolo a una considerable altitud y al hecho de que en poco más de 1.000 m de altura pasas de desierto alpino a tundra ártica. ¿Qué más se puede pedir?
Por esto y por mucho más, el Parque Nacional del Monte Kilimanjaro fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987.
Ernest Hemingway título a uno de sus libros “Las nieves del Kilimanjaro” (1936).
Y aunque el título quiere simbolizar la pureza y la belleza inalcanzable de los sueños, no podemos negar que la nieve que cubre su cima no pasa desapercibida y se convierte en un elemento mágico.
Pero estas emblemáticas nieves, en realidad, son glaciares que se pueden ver durante todo el año.
Se estima que los glaciares del Kilimanjaro tienen alrededor de 11.700 años de antigüedad y que, a finales del siglo XIX, toda la cumbre del Kibo estaba cubierta de hielo glaciar.
Por desgracia, están desapareciendo a un ritmo vertiginoso debido al calentamiento global; de hecho, entre los años 1912 y 2011 desapareció hasta el 85% del hielo glaciar.
Según varios estudios llevados a cabo, es posible que dentro de unos años desaparezcan en su totalidad.
EL MONTE KILIMANJARO EN TÉRMINOS DE ALPINISMO
Antes de emprender el viaje, necesitaba conocer un poco más este hermoso volcán, pero ahora en términos de alpinismo.
No fue hasta mediados del siglo XIX cuando el Kilimanjaro se convirtió en objeto de deseo para geólogos y montañeros.
Todo empezó cuando, en 1848, Johannes Rebmann, misionero y explorador alemán, tuvo la fortuna de toparse delante de un solitario coloso blanco mientras se dedicaba a sus labores de misionero y se dejaba llevar por su actitud exploradora.
Sin saberlo, sus ojos estaban visionando la montaña más alta del continente africano.
Como cabía esperar, este primer avistamiento dio paso a los primeros intentos registrados por parte de exploradores europeos para escalar el monte Kilimanjaro.
El primero de los intentos fue en 1861.
Carl Claus von der Decken, un explorador alemán, y Richard Thornton, un geólogo británico, emprendieron un peligroso viaje a un hermoso rincón del mundo en Tanzania.
Tan solo tuvieron la oportunidad de ascender hasta los 2.500 metros; eso sí, estimaron que la montaña tenía unos 6.000 metros de altura y Richard Thornton fue la primera persona en afirmar que la montaña era en realidad un volcán.
Un poco más tarde, en 1887, Hans Meyer, geógrafo alemán, conseguiría alcanzar los 5.500 m. Una inmensa pared de hielo le haría darse la vuelta.
Pero como la mayoría de las veces sucede, todo esfuerzo da su recompensa y el 6 de octubre de 1889 Hans junto con Ludwig Purscheller, montañero y profesor austriaco, y Yohani Kinyala Lauwo, guía local de montaña nacido en Marangu de tan solo 18 años, hoyaron la cima del Kilimanjaro por primera vez, sin ser realmente conscientes de que acababan de pasar a formar parte de la historia del alpinismo.
Increíblemente, 20 años tuvieron que pasar hasta el siguiente intento exitoso, en 1909.
Y aunque era un continente que se encontraba en pañales en temas de alpinismo, toda la pasión que trajo a montañeros europeos a estas tierras lejanas y desconocidas hizo que en 1912 el German Kilimanjaro Mountain Club no solo construyera los primeros refugios de Mandara y Horombo, sino que además dejara establecido el camino de ascensión desde Marangu.
Pero la montaña aún tendría que esperar un poco más para escribir su historia con nombre de mujer.
Fue el 27 de septiembre de 1927, cuando Sheila MacDonald, escocesa y australiana de nacimiento de 22 años, apasionada de la montaña y con una previa y amplia experiencia en los Alpes y en las montañas escocesas, se convertiría en la primera mujer en rozar el cielo desde la cima del Kilimanjaro.
Poco podía imaginar que después de escalar el monte Etna en Sicilia unos meses antes, la fortuna quisiera que, su experiencia y la oportunidad se encontraran y le propusieran unirse a un grupo de aventureros que formaban una expedición hacia el Kilimanjaro en ese preciso momento.
UN PASEO POR LAS “NIEVES” DEL KILIMANJARO…
Mientras preparaba cuerpo y mente, elegir ruta y época del año eran decisiones que debía tomar.
Ocho meses de época seca, de enero a marzo y de junio a octubre, me dieron la posibilidad de escoger el mejor momento en mi mes de vacaciones.
Así que agosto pasó a ser el momento elegido.
Siete rutas oficiales de ascenso no me pusieron nada fácil la elección; aunque eso sí, me hicieron descubrir, sobre el papel, todas las caras del monte Kilimanjaro.
Dibujando sobre sus laderas cada una de las rutas, descubrí que desde el sur comienzan tres rutas:
Marangu, Machame y Umbwe, desde el oeste dos rutas, Lemosho y Shira, y otras dos más desde el norte, Rongai y Circuito del Norte.
Afortunadamente, elegir ruta de descenso no tuvo ninguna complicación ya que solo hay dos, Marangu y Mweka, y curiosamente esta última solo es de descenso.
Con libreta y bolígrafo en mano, me dispuse a estudiar las características de cada una de ellas y así tomar la mejor decisión para mí.
La elección de una ruta es una cuestión muy personal; has de conocerte bien y saber cuál es la que lleva tu nombre en ese momento exacto de tu vida.
Así que no os describiré las rutas, creo que esa tiene que ser una búsqueda personal, pero sí os daré algún detalle de cada una de ellas.
Marangu (79 km) es la única ruta donde duermes en refugios.
Rongai (70 km) es la mejor ruta en época de lluvias y, al estar cerca de la frontera con Kenia, las vistas de la sabana de Kenia y de su fauna salvaje son impresionantes.
Shira-Lemosho (98 km) atraviesa la meseta de Shira.
Umbe (47 km) comparte recorrido con la ruta Machame, pero sus dos primeras jornadas transcurren por senderos en no muy buen estado y terrenos más empinados.
Circuito del Norte (80 km) es la ruta más nueva del Kilimanjaro.
Machame (100 km) es una ruta donde encontramos tramos accidentados y bastante escarpados, al mismo tiempo que ofrece uno de los paisajes más variados.
Además, pasa por lugares emblemáticos como el área de la Lava Tower (4.630 m) y el Lava Tower Camp situado a los pies del glaciar Arrow.
La elección para mí fue muy clara: mi corazón comenzó a palpitar a velocidad de relámpago cuando leí las características de la ruta Machame.
VIAJE AL MONTE KILIMANJARO
A pesar de las horas, días y meses de preparación y la experiencia acumulada, siempre que el avión toma tierra en un remoto lugar del mundo me tiemblan las piernas y se me forma un nudo en el estómago.
Esta vez ese lugar era el aeropuerto Kilimanjaro en Tanzania, África.
Miles de sensaciones y emociones se agolpaban en mi corazón con tal fuerza que me costaba respirar incluso estando tan solo a una altitud de 894 km.
Pero si me faltaba el aire al aterrizar, ir en coche en dirección a la ciudad de Moshi me obligó a mantener la respiración en más de una ocasión.
La manera que tienen de adelantar mientras los otros coches se acercaban de cara, la velocidad en aquellas carreteras poco asfaltadas llenas de socavones y baches, y las gentes caminando libremente por los supuestos arcenes, eran una verdadera locura.
Afortunadamente, el viaje solo duró una hora y Moshi.
Ciudad de Tanzania situada en la región del Kilimanjaro, al pie de la ladera sur del monte Kilimanjaro me recibió con un reconfortante abrazo que me hizo recuperar la paz que necesitaba en pocos segundos.
Así que decidí posponer el descanso para otro momento.
Y salí a pasear por sus calles de tierra rojiza, llenas de vida, de gentes amables, hogar de las tribus masai y chaggas, de mujeres vestidas con coloridas telas, de motos aparcadas en cualquier sitio esperando nuevos clientes.
En definitiva, llenas de ese caos africano que te atrapa y te hace sentir como en una película tipo “Memorias de África”.
La primera noche el sueño no quiso visitarme; supongo que tanta emoción vivida me pasó factura.
Sin embargo, tenía toda la energía que necesitaba para hacer el trekking que duraría 6 días y que empezaba en Machame Gate (1.830 m).
Una ascensión gradual de unos 10 km y unos 1.200 m de desnivel positivo por campos de cultivo primero.
Y luego por una zona de bosque tropical ocuparon el primer día y me situaron a 3.030 m en el Machame Camp.
Allí pasaría mi segunda noche en aquella increíble región.
Este camino está bien marcado y, aunque frecuentemente es húmedo y con barro, a veces te puede sonreír la suerte y tropezarte con un mono colobo.
La segunda noche fue revitalizadora y, tras un buen desayuno, abandoné Machame Camp.
Poco a poco su bosque tropical, un paisaje inolvidable donde tuve la posibilidad de ver flora y fauna local, dio paso al páramo alpino caracterizado por los Senecios gigantes, plantas prehistóricas que pueden alcanzar hasta 7 m de altura.
Pero aún faltaba lo mejor: cruzar la llanura Shira Plateau que se encuentra entre los cráteres Kibo y Shira y desde donde es posible ver la brecha oeste, vía de ascensión al Kilimanjaro a través del glaciar Arrow.
Un día lleno de momentos brutales que acabó en el Shira Camp (3.850 m).
La tercera noche bajo las estrellas fue todo un bálsamo medicinal.
El día comenzó por un sendero que se fue transformando en semidesértico.
Desafortunadamente, la niebla de las primeras horas no me dejó disfrutar en su totalidad del paisaje de la primera parte del camino.
Que me acercaba sigilosamente hasta una imponente formación magmática de unos 4.500 m.
Que se conoce como Lava Tower y que se encuentra en el Lava Tower Camp, situado a los pies del Glaciar Arrow.
Un pequeño almuerzo para consolidar la aclimatación dio el tiempo necesario para que la niebla se fuera desvaneciendo.
Y, en el descenso hasta Barranco Camp (3.950 m), pude recuperar el tiempo perdido.
Y deleitarme de las impresionantes vistas de la Breach Wall y de la Barranco Wall.
La cuarta noche era la última oportunidad para descansar en profundidad.
Los nervios, la altitud y la hora temprana de salida hacia la cima de la siguiente noche lo pondrían bastante difícil.
Con el frío de la mañana, dejé Barranco Camp.
Crucé la garganta para ascender por la pared del Barranco, una pared rocosa que hizo más entretenido y divertido el camino.
Desde esta zona se pueden observar los amenazados glaciares del Kibo; eso sí, una mezcla de alegría y tristeza te invade en ese momento.
Más tarde el tramo de descenso hasta el valle de Karanga y la posterior subida hasta Barafu Camp, a 4.680 m, te ofrece unas vistas brutales y únicas.
Tan solo puedes rendirte a su belleza y no parar de hacer fotos con los ojos y con la cámara.
Barafu Camp es el último campamento antes de la cumbre.
Un lugar frío, desafiante, ventoso y poco acogedor.
Es en este campamento donde vi cómo bajaban a algunas personas en camilla.
Y a otras prácticamente en brazos debido al mal de altura o al sobreesfuerzo realizado para alcanzar cima.
A veces la montaña se cobra un alto precio y les había dejado en un estado tan lamentable que ni siquiera podían bajar por su propio pie.
No podemos olvidar que esto no es un juego de niños.
Y que la muerte está siempre al acecho, sobre todo si dejamos a la suerte la preparación, la experiencia y el sentido común.
Pasada un poco la medianoche del siguiente día, me puse en marcha.
Atravesé el glaciar de Rebmann abrigada por el manto frío de las horas intempestivas e iluminada por la luz de los miles de estrellas que invadían el cielo.
De manera imperceptible, se fue perdiendo la oscuridad de la noche.
Al mismo tiempo que me encontraba caminando por las pendientes de lava y roca volcánica.
Contemplé cómo un mar de nubes a mis pies servían de manto protector a la amplia variedad de flora y fauna que vive en aquellos valles y bosques por los que tan solo unos días antes había transitado.
Casi a punto de que la primera luz del día me saludase, llegué al Stella Point a 5.735 m, ubicado en el borde del cráter cimero.
Parada obligatoria y necesaria para reponer fuerzas y seguir los últimos 150 metros que separan de la preciada cima.
Un dato curioso es que ese punto recibe el nombre en honor a Estella Kingsley Latham.
Que se convirtió en la primera mujer registrada en alcanzar ese punto.
En el camino que une el Stella Point y el Uhuru Peak (5.895 m), todo se acelera.
No solo el pulso o la respiración, sino los latidos del corazón y no por la altitud.
Sino por la belleza de lo que tus ojos alcanzan a ver, las dimensiones del cráter, el glaciar, las lenguas de hielo, el cielo anaranjado.
Y, cómo no, la inolvidable silueta del monte Meru que emerge entre un mar de nubes espectral.
Ver amanecer desde el techo de África fue una experiencia única e inolvidable.
De esos momentos que guardas en la retina, en tu mente, en tu cerebro y en tu cámara y, sin opción, te deja sin palabras.
Cuando has estado en el cielo, bajar se hace duro.
No por el cansancio, sino porque cada paso te aleja de ese lugar único.
De esa hermosa sensación que durante unos minutos tu mente y tu cuerpo han experimentado casi de manera simultánea.
Pero la realidad se impuso y tocó tomar la vía de descenso que me llevó al Barafu Camp.
Allí dediqué un ratito a recoger mis cosas y a alimentar mi cuerpo para reponer las fuerzas necesarias.
Y seguir camino hasta llegar al Mweka Camp (3.180 m).
Aquel día mis rodillas trabajarían a destajo en cada paso de los casi 2.600 m de desnivel negativo.
Una noche más pude disfrutar del paraíso. Por un camino muy resbaladizo, lleno de barro en muchos de sus tramos y con una gran variedad de flora a su alrededor.
Descendí hasta llegar a la Mweka Gate (1.640 m), puerta que es solo de salida del Parque Nacional del Kilimanjaro.
Una mezcla de tristeza y alegría inundó cada rincón de mí. Por un lado, feliz por la experiencia vivida y triste porque se acababa.
Eso sí, recordé que este final solo era un nuevo principio… Bajo otros cielos, otras montañas me esperaban.
Maite Pariente