CRECEMOS JUNTOS
Hace poco, en una de mis charlas, una persona joven me interpeló sobre la competitividad que siente en la práctica deportiva.
Una competitividad que también era palpable en su vida cotidiana, sobre todo a través de actividades que involucrasen a un otro.
Puede resultar sencillo contestar a esta duda desde la perspectiva que dan los años.
Una rápida respuesta, nos lleva a confrontar a la persona con el sentido que, para ella, tiene el deporte.
Si es algo que surge de un sentimiento profundo y personal o depende de un reconocimiento externo.
Mi respuesta fue exponerle la siguiente analogía para ilustrar el significado de que exista ese otro.
Le propuse imaginar que nadie en este planeta sale a correr 10 kilómetros hasta que él decide hacerlo.
Ese primer día de su aventura consigue el récord del mundo de 10k.
Pero como se trata de una persona con tendencia a la superación personal, se propone conseguir una mejor marca.
Así, día tras día, su tiempo final es menor, hasta que llega un momento en que su espíritu decae.
El coste de la mejora es muy alto y la motivación, en cierta medida, por muy intrínseca que esta sea, no es suficiente para sostener el esfuerzo que supone.
Ahora entra en juego un segundo corredor, que resulta ser tan bueno como él, e incluso un punto mejor.
Entre ellos se entabla una búsqueda de ese mejor tiempo.
Nuestro primer corredor se ve interpelado para mantener e incluso redoblar sus esfuerzos.
Esto nos lleva a la etimología de la palabra «competitividad», que proviene del latín «competere», que significa «buscar juntos» o «luchar por».
El término está compuesto por el prefijo «com-», que implica «junto» o «con», y «petere», que significa «buscar» o «esforzarse por».
En ocasiones, a lo largo de los siglos, y de las convenciones sociales de cada tiempo, se pierde el verdadero significado de las palabras, que fueron concebidas para dar forma a cómo nos relacionamos con el mundo, con la vida y con los demás.
Los seres humanos somos, por naturaleza, seres sociales.
Desde el momento en que nacemos, buscamos conexión, interacción y validación en el entorno que nos rodea.
A través de los siglos, hemos aprendido que el crecimiento individual no solo es posible en aislamiento, sino que se potencia en la interacción con otros.
El deporte proporciona un campo privilegiado para observar cómo la colaboración, el trabajo en equipo y la competencia saludable pueden hacer que los individuos mejoren no solo físicamente, sino también en términos de empatía, comunicación y resiliencia.
Además, incluso en deportes considerados individuales, el desafío que representa competir contra otros subraya nuestra naturaleza social y nos obliga a crecer.
En este artículo, exploraremos cómo el deporte refleja nuestra esencia social y cómo, al compartir espacio y tiempo con otros, los seres humanos pueden llegar a ser versiones mejores de sí mismos.
CRECEMOS JUNTOS
La conexión social en el deporte: un microcosmos de la sociedad
El deporte, en sus diferentes disciplinas, ofrece una de las formas más claras de mostrar cómo el ser humano, cuando se une a otros, logra trascender sus límites.
Los equipos, por ejemplo, no solo representan un conjunto de individuos con habilidades similares; más bien, son una amalgama de personalidades, talentos y objetivos compartidos que, al trabajar juntos, logran una meta común.
Tomemos como ejemplo el fútbol, uno de los deportes más populares del mundo.
Un equipo de fútbol no se compone solo de jugadores que dominan las técnicas, sino de personas con distintas personalidades que deben colaborar en un espacio común.
Para lograr la victoria, los jugadores no solo deben ser hábiles en el juego, sino también comunicarse, comprenderse y trabajar en equipo.
Un gol no es solo el resultado de la destreza de un jugador.
Sino también de la coordinación y la sincronización de todo el equipo, desde el portero hasta el delantero.
Aquí, el vínculo social es esencial para alcanzar el éxito, lo que demuestra que el ser humano mejora no solo a través de su propio esfuerzo, sino también en la interacción con los demás.
El desafío de la individualidad: crecimiento a través de la competencia – Crecemos juntos
En los deportes individuales, la interacción social toma una forma distinta pero igualmente crucial: la competencia. Aunque el objetivo principal parece ser la superación personal, el acto de competir contra otros es un motor esencial del progreso.
El corredor que busca mejorar su marca personal lo hace no solo por la satisfacción de romper sus propios límites, sino también porque la presencia de otros corredores plantea un desafío.
La competencia nos obliga a ajustar nuestras estrategias, analizar nuestras debilidades y buscar maneras de superarnos.
En este sentido, incluso el deporte individual es profundamente social, porque nuestra mejor versión surge al medirnos con los demás.
Por ejemplo, en el tenis, cada golpe no solo es un acto técnico, sino también una respuesta a la habilidad, la estrategia y el talento del oponente.
El jugador crece en habilidad y carácter porque cada partido representa un diálogo dinámico entre dos personas que se desafían mutuamente a ser mejores.
Esto refuerza la idea de que incluso en la soledad aparente de los deportes individuales, nuestra mejora personal está íntimamente ligada a nuestra interacción con los demás.
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La mejora personal a través de la interacción social – Crecemos juntos
Uno de los aspectos más poderosos del deporte es su capacidad para impulsar el crecimiento personal a través de la interacción social.
En la práctica deportiva, las personas no solo aprenden habilidades técnicas, sino que también desarrollan competencias sociales que son esenciales en la vida cotidiana.
A través de la colaboración y la competencia, los jugadores aprenden a ser responsables.
No solo de sí mismos, sino también de sus compañeros o rivales.
El liderazgo, la empatía, la resiliencia y la comunicación efectiva son habilidades que se cultivan naturalmente en los entornos deportivos.
Por ej., el capitán de un equipo de rugby debe ser capaz de comunicar estrategias, motivar a sus compañeros y, al mismo tiempo, escuchar sus inquietudes.
Del mismo modo, el maratonista aprende a valorar el esfuerzo colectivo que conlleva una carrera.
Desde la organización del evento hasta el aliento de los espectadores y el desafío de sus competidores.
El deporte también enseña la importancia de la resiliencia.
En cualquier disciplina, el fracaso es una posibilidad constante.
Lo que diferencia a los jugadores exitosos no es la falta de fracasos, sino su capacidad para superar las derrotas y aprender de ellas.
Este proceso de mejora constante refuerza la idea de que el crecimiento personal no es una cuestión de individualismo, sino de adaptación y superación dentro de un colectivo.
El impacto del deporte en la comunidad – Crecemos juntos
El deporte no solo afecta a quienes participan directamente en él, sino que también tiene un impacto positivo en la comunidad en general. Las ligas deportivas, las competiciones locales e incluso los eventos internacionales, como los Juegos Olímpicos, unen a las personas de diversas culturas y orígenes.
El deporte crea una comunidad en la que, a través de la competencia y la cooperación, las personas se sienten parte de algo más grande que ellas mismas.
Esta sensación de pertenencia es fundamental para el bienestar emocional y social de los individuos.
En un nivel más profundo, el deporte tiene el poder de derribar barreras.
Las personas de diferentes orígenes socioeconómicos, étnicos y culturales pueden unirse en un equipo o encontrarse en una pista de atletismo, trabajando o compitiendo por un objetivo común.
El deporte, por tanto, se convierte en un vehículo para la inclusión social y la mejora colectiva.
El deporte como reflejo de la sociedad humana – Crecemos juntos
En conclusión, el deporte es mucho más que una actividad física.
Es una manifestación de nuestra naturaleza social, que refleja cómo los seres humanos mejoramos no solo por nuestras habilidades individuales, sino también por la capacidad de compartir espacio, tiempo y experiencias con los demás.
A través del deporte, aprendemos que el crecimiento personal es inseparable de nuestra interacción con otros.
Y que el verdadero éxito no se logra en solitario, sino en la colaboración y la competencia saludable.
Incluso cuando competimos contra otros, descubrimos que nuestra mejor versión surge del desafío que representan.
Así, el deporte no solo nos enseña a ser mejores atletas, sino también mejores seres humanos.
Una de las grandes problemáticas de nuestra sociedad actual es justamente el hiperindividualismo que permea todas sus capas, una manera de vehicularse que va en contra de nuestra más pura esencia.
El deporte, y sobre todo el deporte amateur, no se ha librado de esta interpretación de la competitividad.
Si queremos formar y formarnos como partes activas de una solución a los problemas de nuestro tiempo, tenemos una oportunidad única de hacerlo a través de esta práctica deportiva sana, reflexiva y compartida.
Cuando miremos nuestro reloj, el marcador o la puntuación del jurado, veamos un poco más allá y sintamos que el resultado no es lo que somos.
El resultado es la suma de lo que todos aportamos.
Competir es compartir.
Fotografía de Matthias Lemm