Eduardo Pèlach «VIVIENDO A TRAVÉS DE MI CÁMARA»
Llevo un rato dándole vueltas a qué significa la fotografía para mí y me está costando ponerlo en palabras.
Sin embargo, no paro de recordar momentos tremendamente felices, sensaciones de subidón absoluto.
Ojalá os pudiera meter en mi cabeza, enseñaros mis recuerdos y deciros: esto, esto es la fotografía para mí.
Esa sonrisa estúpida cuando veo la pantallita LCD y empiezo a gritarle al modelo como un energúmeno enajenado de felicidad.
¿Cómo conseguir transmitir esa sensación de subidón y euforia cuando consigues esa foto que tanto perseguías?
Bueno, es difícil, pero estamos aquí para explicarlo, o al menos, intentarlo.
Supongo, entonces, que os tendré que hablar un poco de mí. Cuando se me propuso escribir este artículo, entré en pánico.
¿Por qué la gente va a querer saber cosas sobre mí?
Trabajo con deportistas capaces de hacer cosas increíbles, de llevar su cuerpo al límite, de realizar acrobacias con los que muchos solo soñamos, y, sin embargo, me están pidiendo que escriba sobre mí.
Pero bueno, vamos a por ello. Mientras escribo esto, me encuentro sentado en mi salón.
Afortunadamente, mi cabezonería me ha llevado a vivir en pleno Pirineo, concretamente en el Pueyo de Jaca, en el Pirineo Aragonés, donde unas vistas a la sierra de la Partacua me calman cada mañana cuando abro la ventana y hay el mismo ruido dentro que fuera de casa.
Para entender esto, hay varias cosas que contar. Empecemos por el principio, para no liarnos.
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¿Quién es Eduardo Pèlach?
Soy Eduardo Pèlach Alonso, y nací en Pamplona hace 29 primaveras. Durante muchos años de mi infancia tuve bastante claro que iba a ser arqueólogo, pero no me preguntéis la razón por la cual ni yo la recuerdo.
Todo cambió cuando yo tenía 16 años. Mi hermana me regaló una cámara réflex marca Olympus y aquello me trastocó el mundo.
Recuerdo pasar toda una tarde tirando vasos de agua por la barandilla y realizar fotografías a alta velocidad para captar las formas tan caprichosas que dibujan las gotas en la caída o las salpicaduras.
Estudié comunicación audiovisual en Barcelona, donde descubrí el mundo de la televisión y los rodajes de cine.
Pasé por los departamentos de producción y postproducción, donde aprendí una infinidad de cosas que aplico a mi trabajo a día de hoy.
También me sirvió para aclarar mis dudas: yo quería tener una cámara entre mis manos.
Durante todos mis años de estudios, la fotografía fue un hobby que nunca me abandonó, y al llegar al mundo laboral, enseguida me quedó claro que, para mí, la parte más interesante ocurría cuando me ponía detrás del visor.
A estas alturas Eduardo Pèlach llevaba 5 años viviendo en Barcelona, y cada vez tenía más claro que las grandes ciudades no eran para mí.
La misma persona que prácticamente huyó de Pamplona porque le parecía un pueblo, tuvo que volver 5 años después para trabajar, esta vez sí, como operador de cámara.
Bueno, para ser sincero, no exactamente la misma persona, porque de eso va la vida, ¿no? De conocerse, crecer como persona y madurar creando una opinión personal por experiencia y no por lo que nos cuentan.
Eduardo Pèlach volvió a Pamplona con energías renovadas.
Por fin estaba detrás del visor, tenía una cámara entre mis manos y era, como se dice en los rodajes, el encargado del cuadro.
En un mundo donde cada vez estamos más obligados a saber de todos los software posibles, grabar y que editara otra persona para mí era lo máximo.
Fueron dos años tremendamente intensos, donde conocí a mucha gente maravillosa y donde tuve a mi primer padrino del audiovisual, Javier Cabanas, que se pasó horas explicándome conceptos y dándome consejos y cuya genuina pasión y perseverancia me sigue motivando a día de hoy.
Todo son palabras bonitas, y aun así, seguía faltando algo.
El trabajo me quitaba mucho tiempo libre, y eso se nota física y mentalmente. Hubo un momento en el que el audiovisual me saturó. Me saturó la idea de la creación de contenido pasajero, caduco.
La sensación de estar en una línea de montaje poniendo siempre el mismo tornillo.
Dejé mi trabajo como operador de cámara y tras unas semanas de descanso donde mi mente casi colapsa, comencé a trabajar en una gasolinera.
Os sorprendería de todo lo que se habla mientras la gente está repostando.
Sin yo saberlo, aquel trabajo me preparó para una de las cosas que más valoro actualmente y que más aprecian mis clientes: la relación que establecemos.
En esa gasolinera también pensé mucho sobre mi futuro. La fotografía y el vídeo seguían siendo una de mis mayores pasiones, pero no me veía trabajando para nadie en particular.
Si podía juntarlo con otra de mis pasiones, como el deporte, sería un bombazo.
Pensaba en lanzarme y hacerme autónomo, pero nadie me recomendaba hacerlo.
¿Habéis tenido esa sensación de que todo el mundo está equivocado y tú sientes que tienes razón? Entonces entenderéis que te sientes como un auténtico bicho raro.
Eduardo Pèlach, fotógrafo freelance
Optando por la opción de bicho raro, y con el apoyo de mi familia, el 1 de enero de 2021 me mudé al Valle de Tena, y comencé mi aventura como fotógrafo freelance.
Con altibajos, pero siempre de menos a más, y pasando por muchísimas incertidumbres, pero trabajando de manera constante, ahora mismo puedo decir que estoy en un sitio en el que me siento cómodo.
Aunque ya lo sabemos, es importante recordar que el trabajo de un fotógrafo no es solo apretar un botón.
Con la fotografía contamos historias, transmitimos emociones, capturamos momentos que quedarán grabados en la memoria de manera más permanente que un recuerdo.
La fotografía es capaz de resumir en un solo instante toda una serie de emociones y experiencias.
¿Quién no recuerda un viaje entero con solo ver una foto? ¿Quién no recuerda una de sus mejores anécdotas con solo ver la miniatura de un vídeo?
Cuando lo piensas de esa manera, los fotógrafos y videógrafos tenemos una gran responsabilidad.
Cuando te apasiona tu trabajo, quieres dar lo mejor de ti, pero sobre todo, capturar todos y cada uno de esos sentimientos. Y cada uno de nosotros tiene su forma de hacerlo.
Dentro de esa forma de hacerlo, personalmente soy de esos que lo pasa mal cuando enseña su trabajo. Me cuesta dar una pieza por acabada y mostrársela a los demás.
Solía pensar que era un fallo que tenía, una desventaja, pero hace un tiempo que dejé de verlo de esa manera.
Los fotógrafos y videógrafos estamos enseñando nuestro mundo interior con nuestro trabajo, nos desnudamos y le enseñamos al mundo lo más profundo de nuestro ser, nuestros miedos y nuestras debilidades.
Y también nuestros gustos y caprichos.
¿Quién no se sentiría vulnerable en dicha situación? Por esa razón tenemos crisis existenciales sobre nuestro trabajo. ¿Pero sabéis qué? Está bien tener esas crisis, significa que te importa lo que haces.
Sin duda alguna, la fotografía deportiva es uno de los mejores campos laborales para transmitir emociones.
Pero hay que trabajar para llegar a lo más hondo de esas emociones. Otro ejemplo más de que la fotografía no es solo darle al botón.
Ponerte delante de una persona para sacarle un retrato en un momento donde está jodido, conlleva mucho trabajo detrás de la cámara también.
Crear un lazo afectivo con la persona que tenemos delante, si trabajamos mucho con esa persona, o trabajar la empatía si nos encontramos en un evento o con un desconocido, es imprescindible para que una fotografía pase de una buena foto, a ser LA FOTO.
Sí, la composición y la luz van a seguir siendo algo capital en la fotografía, pero lo que hace que se nos revuelva algo en el interior, lo que nos saca esa sonrisa o quizá esa lágrima, es la parte humana.
Ver a la persona en la foto y saber exactamente cómo se siente.
Y sabes exactamente cómo se siente porque esa persona se expone sin ningún tapujo al fotógrafo.
En los momentos buenos expresa su mayor felicidad, y en los momentos malos no tiene miedo a que la cámara registre todos y cada uno de los rasgos que delatan esa decepción.
Me considero un privilegiado porque mi trabajo me lleva a todo tipo de destinos.
Desde lo alto de una montaña del Pirineo, al desierto del Sahara, o a las entrañas de un circuito de velocidad.
He tenido la oportunidad de trabajar en eventos importantes y he de reconocer que me gusta guardar todas las acreditaciones.
Pero sin duda alguna, lo que más me gusta de mi trabajo es poder conocer a gente y ser capaz de transmitir todo lo que esa gente tiene que enseñar.
La fotografía me ha permitido conocer a verdaderos héroes para mí, gente de la que me siento orgulloso de poder conocer y aprender de ellos, y si consigo transmitir lo que ellos significan para mí, entonces estaré haciendo bien mi trabajo.
Creo en la fotografía como una forma de vida. Esa necesidad de estar viviendo algo y sentir la necesidad de capturar el momento.
De encapsularlos y poder disfrutar de ellos después. De sentarte años más tarde en el sofá con tus amigos y recordar anécdotas.
O de imprimir unas pocas y verlas cada día en la estantería de tu casa y tener ese recuerdo siempre a tu lado.
Y, además, puedo afirmar que los fotógrafos vivimos a través de esos momentos.
No nos hace falta estar delante de la cámara para sentirnos parte de la escena.
Muchas de nuestras fotografías nos teletransportan directamente a ese momento y sabemos perfectamente lo que sentimos.
Me lo dijo una vez un amigo, y con el tiempo lo voy confirmando: Salen más trabajos saliendo a tomar algo con los amigos y conociendo gente que enviando el portafolio a potenciales clientes.
¿Por qué? Pues porque la fotografía es un acto social, se trata de la sinergia que se crea entre fotógrafo y su modelo, ya sea una persona física o un paisaje.
Los clientes quieren conseguir un buen producto final, eso está claro.
Pero lo que les hará volver a trabajar contigo será la relación que hayáis establecido, si has sabido resolver las dificultades, si has remado a favor de que el trabajo fuese fluido, si has socializado durante el shooting y has hecho las cosas más amenas.
Sobre fotografía, nadie tiene la verdad absoluta, nadie tiene el mejor estilo.
Sal, explora, socializa. Tómate una cerveza. Experimenta nuevas formas de trabajar.
Supongo que para mí eso es la fotografía: una forma de vida que me acompaña en todas mis aventuras y que me permite seguir aprendiendo y explorando nuevas formas de enseñar lo más profundo de mi ser.